23 septiembre 2006

36 Primaveras en Coronado

Hoy sentí el aroma de una madreselva.
Inmediatamente me remonté a mi infancia donde crecía en el viejo alambrado perimetral del terreno de casa, esa enredadera.
Siempre me sorprende eso de los olores... siempre me pasa, viajo en el tiempo a momentos específicos que quedaron escondidos en algún lugar de mi memoria.
En el jardín se habrieron tres nuevas flores de las que nos regaló Adrían, uno de mis amigos jardineros
Las plantas tienen un secreto guardado en su interior, en su ADN, como cada uno de nosotros.
A veces ese secreto florece, otras veces queda escondido, otras queda latente hasta la llegada de la primavera.
Rememorando, las primaveras, siempre cuando uno es chico las cosas les parecen mágicas, con los años van perdiendo esa cosa incríble, pasando a ser algo común, explicable y silvestre hechos de nuestra vida, como los gusanos de seda que criabamos en el jardin de infantes, y del los cuales yo era el encargado de llevarles las hojas de mora de la morera del parque de casa.
Los animalitos comian y les encantaba, los viernes me llevaba la caja de zapatos que tenía un tull arriba, los traíamos a casa para que nos falte alimento fresco el fin de semana.
Un día comenzaron a tejer sus capullos y se encerraron en el.
No se movieron por varios días y la maestra nos explicó que eso se llamaba metamorfosis, después entendí que era eso...eran orugas y salieron mariposas.
Cuando nacieron no eran mariposas de colores como esperaba, eran como polillas gigantes que no volaban, pero que llenaron la caja de huevitos para la nueva generación de gusanos de seda.
No recuerdo que pasó con sus hijitos, quizás estuvieron para que los criaran los chicos de las otras salitas, lo que si se es que a mi no me pidieron más hojas de mora, quizás otro nene tendría en su casa un árbol como el nuestro.
Muchas personas no recuerdan cosas de cuando eran muy chicos, yo si.
El primer recuerdo consciente que tengo era mi visión de las mesa del comedor desde abajo. La perspectiva de verla enorme e inalcanzable salvo que me subieran y me parara en la silla, recuerdo levantar mis brazos para que mamá Noemí me levantara y estuviera arriba.
Su abrazo me hacía sentir seguro, como en todo momento de nuestra vida juntos, fuimos y somos compinches, de eso hablaré seguro.

La memoria se dispara, hay tantas cosas que quiero contar, hay tanto para decir, pero lo más importante, tengo cosas que jamás conté que son mías, pero que quiero que la sepan, ya que de eso se trata la vida: de aprender.

Hoy sentí el aroma de una madreselva.
¿Lo sentiste vos?

1 comentario:

Daniel Mc Riley dijo...

Quique...qué hermosos todos los relatos y cuánto corazón hay en cada uno de ellos!...deberíamos sentir más frecuentemente el aroma de las madreselvas, en todo momento y lugar.

Actualicé mis blogs y he linkeado los tuyos, para difundir una obra artística tan original.
Con mis mejores deseos, Danny